Me hace
mucha gracia contemplar las caras de los clientes cuando les cuentas cómo
funciona la Justicia en España, y no, en este caso no me estoy refiriendo a las
carencias de la Justicia, que las hay y no pocas, sino muchísimas, así estamos;
sino que me refiero a la diferencia que existe entre la justicia real y las
imágenes que hemos recibido a través de las pantallas de los cines y los
televisores.
Al
comienzo de mi andadura profesional, con veinticuatro años y ganas de comerme
el mundo, mi carácter era bastante menos templado que el que la experiencia me
ha otorgado. Está bien, para ser sinceros tengo que decir que saltaba a poco
que me pincharan, a lo que debemos sumar que por aquel entonces todavía creía
en la honestidad del ser humano y en la justicia y jamás pensé que pudiera
mentirme un perito.
Con mi
poca experiencia, en pleno interrogatorio y dándome cuenta de que el perito me
estaba mintiendo descaradamente en una cuestión básica, me enfrenté al mismo e
insistí en la pregunta tozudamente en varias ocasiones consecutivas, cada vez con el tono de voz más hosco; y el
perito, sin cambiar el semblante ni el timbre de voz, contestaba una y otra vez
lo mismo. Enfrascada en mi enfrentamiento verbal, de repente escuché la voz del
Juez que me decía: “Letrada, que no puede
usted presionar al testigo”, yo le contesté muy indignada que me constaba
que no era cierto lo que decía, y entonces recibí una de las mejores
contestaciones que he escuchado en un Juzgado, el Juez, con voz cansina me
dijo: “Pero en España no se hostiga a los
testigos, existen otros procedimientos, ¿ve? Yo tampoco tengo mazo, ni siquiera
una campanilla”.
Aquello
años después me ha hecho reír bastante, el Juez, con mucha gracia, todo hay que
decirlo, me vino a decir lo mismo que os cuento hoy: las películas americanas
no son un reflejo de la Justicia en España, y así, esa secuencia de “Aquellos hombre buenos” en la que Tom
Cruise pregunta una y otra vez de forma más violenta “Ordenó usted el código rojo” a un Jack Nicholson al que logra
sacar de sus casillas… no, no sucede en España.
De hecho en España ni siquiera nos podemos levantar del asiento, y casi
lo agradezco, porque debéis saber que en muchas salas las togas que nos ponemos
son las que existen en la propia sala, es decir, todos los abogados nos ponemos
las mismas togas que, normalmente, son de una talla grande, imaginadme pues,
con mi pequeña estatura, andando por la sala arrastrando la toga cual novia…. Bastante
ridículo ya tiene lugar cuando al sentarnos (y hablo en plural porque esto le
pasa a muchos letrados), nos cuelga la toga, hecho de lo que no nos damos
cuenta hasta que acercamos la silla a la mesa y con ruedas se nos enreda la
toga sobrante , de forma que quedamos absolutamente aprisionados y entonces
empiezas a tirar de la toga, intentando que no se note, pero es imposible
sacarlo y notas en la cara del contrario que sabe lo que te ha ocurrido… si no
está dando tironcetes a su toga…
En
España no se podrían rodar esas escenas en que el cónyuge despechado dice “No te concederé el divorcio”, ya que se
puede solicitar por una de las partes y en caso de que se cumplan los requisitos
necesarios se decretará por el Juzgado; ni tampoco se podrían filmar las
escenas de persecución para notificar una demanda o embargar bienes…
No, en
España si hay que notificar una demanda va a la casa el agente judicial del Servicio
de Notificaciones y Embargos, o incluso el cartero le deja una carta
certificada con acuse de recibo. Y si no se puede notar se hace constar y se
buscan otras formas de notificación: en otra dirección o por edictos
(publicación en el tablón de anuncios del Juzgado).
Y en el
acto del juicio, como decía, estamos todos sentados, se pone en pie quien
declara y nadie puede decir nada fuera de su turno. Todos serios, eso sí, sin
peluca, que ya me preguntó un cliente que porqué no nos habíamos puesto la
peluca.
También
es verdad que en alguna ocasión hay un Juez que te sorprende, como aquel que,
en un juicio de faltas sobre un accidente de tráfico, sacó una pequeña mantita
en la que había dibujadas muchas calles e intersecciones varias y pidió al
denunciante y denunciado que se acercaran al estrado.
Allí les preguntó si
podrían identificar en todas esas calles alguna que se asimilara a la calle por
donde circulaban el día que acaecieron los hechos. Las partes señalaron una y
entonces el Juez preguntó al denunciante “¿de
qué color era su vehículo?” Este
contestó “rojo” y del cajón de Su
Señoría salió un pequeño cochecito rojo.
Preguntó el color al denunciado y este contestó “negro”, por lo que el Juez sacó un cochecito negro del cajón. Mirando
a las sorprendidas partes, les dijo “circulen” y como no se movían, les
insistió “circulen como estaban
circulando, adelante, que quiero hacerme a la idea de cómo colisionaron”. El
denunciante, más decidido, puso su coche sobre una de las calles y mientras
movía el cochecito emitió el “bruuummm” característico
del niño que juega feliz con su
cochecito, y el Juez mirándole con una sonrisa le dijo “vaya, le falla el tubo de escape”.
El
letrado contrario me contó que no era la primera vez que veía a aquel Juez
actuando así, incluso pidiendo insistentemente “colisionen ustedes como colisionaron, que necesito verlo”, ya que
por lo visto, se hacía una mejor idea de lo sucedido con sus particulares
reconstrucciones de los hechos, y sus sentencias eran muy ajustadas. Además, me
contó, el Juez tenía vehículos de todos los colores y de varios modelos,
regalos de quienes conocían sus métodos de prueba.
Este
Juez, por la edad que teníamos ambos entonces, calculo que hoy por hoy ya se
habrá jubilado. Y de verdad que me gustaría que en lugar del típico reloj, en
el día de su jubilación los compañeros le hayan regalado algo mucho más
original, como él.