Cierto día de otoño llegaron a mi
despacho dos muchachos, de no más de veinte años, que habían recibido una
notificación del Juzgado por la que les citaban para la celebración de un juicio
de faltas a celebrar un mes más tarde.
Los hechos no podían ser más
habituales: fiestas de un pueblo, bebida de más, altas horas de la noche, dos
grupos de chicos de la misma edad, rivales en un partido de fútbol que se había
jugado horas antes y en el que se habían calentado los ánimos, un “¿tú que
miras?”, “¿tú qué has dicho?”, y se enzarzaron a tortas y puñetazos. Entre los
que se pegaban y los que separaban, un lío tremendo.
A dos de aquellos muchachos les habían
identificado y eran los que tenían el juicio por producir lesiones a otros jóvenes.
Les cité nuevamente para que
trajeran testigos al despacho y preparásemos el juicio. Mi preparación para el
juicio consiste siempre en hablar con los testigos, que me cuenten su versión
de los hechos, comprobar que la narración de todos es coincidente y coherente,
y explicarles en qué va a consistir el acto de la vista, puesto que las
películas americanas han hecho mucho “daño” a nuestra visión de lo que sucede
en España, y ya me he encontrado quien al salir del juicio me ha preguntado por
qué no le han dejado jurar con una mano alzada y la otra en la Biblia o la
Constitución.
Lo que nunca he hecho es preparar lo
que va a contar un testigo, pues, a mi entender, además de una inmoralidad, es
la forma más fácil de que salga mal un juicio. Por lo que he podido comprobar a
través de la experiencia de mis compañeros, no puedes confiar el resultado de
un juicio a la pericia para mentir y las dotes interpretativas de un desconocido.
Aclarado este punto, cierto es que
siempre me gusta hablar con los testigos simplemente para saber qué van a
declarar ante el Juez, ya que no quiero que me pase a mí lo que le ocurrió hace
muchísimos años a un abogado cuando mi padre ejercía las funciones de Fiscal.
En
aquel caso se denunciaba el retraso en la entrega de los hijos tras un periodo
de régimen de visitas; el padre justificaba su retraso diciendo que había
sufrido un pinchazo en una rueda y para acreditar su versión de los hechos aportaba
tres testigos. Mi padre preguntó al primero de los testigos qué rueda pinchó,
en dónde pararon para cambiar la rueda y cuánto tardaron en total para
cambiarla, y el testigo indicó que la rueda era la delantera derecha, que
pararon a cinco kilómetros de la casa de la madre y que tardaron más o menos una
hora en cambiarla, y dar algo de tomar al pequeño. El Abogado de la acusación
sólo le preguntó dónde iba sentado en el coche, y él contestó que atrás en la
ventanilla izquierda. Llegado el segundo testigo mi padre repitió las preguntas
y obtuvo las mismas respuestas, la cosa iba bien, hasta que el abogado le
preguntó a este testigo dónde iban sentados él y el anterior testigo, y
contestó que él en el asiento trasero en la ventanilla izquierda y el anterior
testigo en el asiento del copiloto. Ni que decir tiene que ya se empezaron a
notar movimientos en las sillas.
Llegó el último testigo y mi padre
realizó las mismas preguntas a las que contestó exactamente igual que los
anteriores declarantes. Preguntado por el abogado, el testigo al igual que los
demás situó al resto de los pasajeros en asientos distintos de los señalados
por aquellos y curiosamente él iba sentado ¿adivináis dónde?, en el asiento de
atrás en la ventanilla izquierda.
Ni que decir tiene que la prueba
testifical, única que presentaba el acusado, no tuvo la menor credibilidad.
Y es por eso que, la tarde en la que
estaba con mis jóvenes clientes hablé con todos y cada uno de los amigos que
harían de testigos en el juicio para comprobar que las versiones fueran
coincidentes y para advertirles que, desde fuera parece muy fácil mentir al
Juez, pero que una vez que entras en Sala no es tan fácil, y así persuadirles
de lo que su juventud les podría llevar a hacer: preparar una historia que
contar en el Juzgado para dejar bien a sus amigos.
Llegado el día del juicio, muy
contenta con mis testigos, llamé a todos a declarar. Nos había tocado una Juez
que es conocida por su seriedad en Sala, lo que unido a que los rasgos de su
cara son muy duros y que tiene una elevada estatura, hace que quien entra en
Sala se encuentre ciertamente impresionado por su presencia. La verdad es que
después de dieciséis años pasando juicios con ella tengo que reconocer que es
una de las Jueces con la que más me gusta celebrar, accesible y seria.
La primera sorpresa nos la
encontramos nada más empezar el juicio y es que los denunciantes declararon que
uno de mis defendidos no les había pegado, que la denuncia la hicieron con los
datos que les habían facilitado pero que acababan de comprobar que no era quien
estaba allí sentado, puesto que a éste le habían visto pero separando en la
pelea y no agrediendo a nadie. Aclarada la situación, la Juez determinó en el
mismo momento que puesto que no existía acusación frente a él, el juicio no
continuaría contra el mismo y sí contra el otro denunciado. Reconozco que nunca
hasta entonces me había pasado, pero estando el Fiscal y las partes de acuerdo,
se continuó el juicio.
Así,
como os iba contando, estaba llamando a declarar a mis testigos cuando al
entrar en Sala uno de ellos, los denunciantes empiezan a removerse en las
sillas y a hablar por señas con su abogado, moviendo mucho los brazos. La Juez,
muy seria, les llamó la atención y les preguntó que qué pasaba y los
denunciantes dijeron a la vez: “¡Era este!” “¡Este nos pegó con el otro!”.
Todos estábamos perplejos, la Juez preguntó: “¿reconocen a esta persona como
una de sus agresoras?” “¡Sí, sí!” proclamaban excitadísimos los denunciantes.
Miré a mis clientes que estaban
blancos y uno ligeramente con la cabeza me indicó que así era.
La Juez determinó que le habían
reconocido como agresor, yo solicité la suspensión del juicio para preparar la
defensa correctamente, y el juicio se suspendió.
Jamás había pensado al hablar con un
testigo preguntarle si había tenido alguna relación con los hechos, presuponía
que quien hubiera sido el autor no se asomaría por el Juzgado pero, para mi
sorpresa, comprobé que la amistad y el desconocimiento son muy imprudentes.
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