Marta Brox Huguet, Abogada.

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viernes, 24 de abril de 2015

De cómo el encargado del Registro Civil creó un apellido.

        Fueron muchas la veces que mi padre me contaba historias, tanto las que le habían pasado a él, como las que le habían pasado a otros y le habían contado. Era un gran contador de historias, te hacía entrar tanto en el relato que casi podías poner cara a los personajes de los que hablaba.

        Una de aquellas historias que más me gustaba es la que voy a compartir hoy con vosotros.

        Tras la Guerra Civil muchos de los archivos de los Registros Civiles de los pueblos y ciudades quedaron destruidos, lo que jurídicamente era un grave problema, y necesitaban urgentemente ser reconstruidos. Por la situación en la que se encontraban quienes estaban al cargo de la reconstrucción, y sin la tecnología con la que contamos actualmente, se vieron obligados a actuar de manera eficaz, tomando datos de dónde podían hacerlo. Al estado de los Registros Civiles se añadía que también los registros eclesiásticos, gran fuente de datos genealógicos y de filiación, habían sufrido también graves daños y se encontraban en un estado similar a los civiles, de modo que no podían acudir a éstos para recuperar toda la información.

        En ese momento, mi padre contaba que en un pueblo de la Mancha, de cuyo nombre no es que no quiera acordarme, es que lamentablemente no consigo recordar, apareció durante la guerra un pequeñín, de dos o tres años, que nadie sabía si dejaron abandonado,  o no pudieron llevarse. El caso es que en el pueblo se quedó el niño, al que pusieron de nombre Juan. Sin embargo no conocían quién era, quienes podían ser sus padres, y mucho menos podían saber de dónde procedía; nadie de los alrededores parecía conocerlo.

        Este muchacho fue creciendo, y cuando le preguntaban su nombre decía "Juan". El interlocutor que le preguntara "Juan qué más", recibía como contestación: "No sé, mi nombre es Juan, a solas.".

        Cuando se quiso poner al día el Registro Civil respecto de los vecinos de este pueblo, se dieron cuenta de que Juan no tenía apellidos, ni modo alguno de averiguar cuál era su procedencia. Alguno propuso que se le pusiera el apellido Expósito, otro que se le pusiera el apellido de la familia que le había acogido, si bien esa opción quedó descartada puesto que podría implicar cuestiones de adopción que influiría en las sucesiones y otras cuestiones familiares cuando la adopción nunca se había producido. Sin embargo el encargado del Registro Civil en aquel caso debía ser un bohemio e imaginativo, puesto que cuando estaban los presentes comentando que Juan no podía decir que se llamaba "Juan, a solas", rechazó de plano ponerle el apellido Expósito y quiso hablar con el muchacho. 

        En la corta entrevista que mantuvieron únicamente le preguntó: "Cuando te preguntan cómo te llamas, con nombre y apellidos, ¿tú que dices?", el muchacho contestó lo sabido: "Juan, a solas.", y entonces el encargado del Registro practicó la inscripción que todos pudieron leer "Juan Asolas". ´

        Siento no recordar el segundo apellido, quizá tampoco tiene importancia, prefiero quedarme con la sensación de que los encargados del Registro Civil en aquella época no sólo tuvieron eficacia en su trabajo, sino también imaginación.

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